jueves, 7 de julio de 2011

Abracadabra

Es el viaje. Definitivamente es el viaje. El viaje me hace pensar; la monotonía del paisaje, la interminable posta de árboles y edificios que tapan al sol, son demasiado poco argumento para evitar la abstracción. Y entonces, pienso. ¿En qué? En mí, en qué voy a pensar. ¿En vos? No, imposible; la última vez que te pensé, lo hice tanto que te apareciste frente a mí. Hacía frío, había viento, era noche cerrada y estábamos solos.  Me miraste con los ojos cansados y me preguntaste en silencio porqué. Me quede mudo, pero me hiciste prometer que no te llamaría más. Como te quiero, te dije un sí sin palabras. Y sin convicción.
Estoy seguro que es el viaje. Pero también es la gente. Todos apiñados como ganado, las ventanas cerradas por el frío, el asqueroso olor a sudor que se respira a cada rincón. ¿Qué otra cosa puedo hacer sino pensar? Y pienso, evitándote en cada recuerdo. Te juro que lo intento. Se que te desagrada el posible reencuentro y por eso me esfuerzo. Me esfuerzo por vos. Sí, siempre por vos. Entonces, ya me contradigo desde el principio; de una forma u otra siempre estás, siempre te termino pensando. Es inútil...
Abracadabra. Estas sentada frente a mí, igual que la última vez que nos vimos. El mismo mechón sobre la frente, los labios pintados y el cigarrillo consumido. Pero hay algo distinto. Algo en vos cambió. Los ojos ya no están cansados y las mejillas rojas de sofocamiento dieron lugar a otras rosas de felicidad. Ahora entiendo; no puedo hacer otra cosa que reírme. Y felicitar al tonto que te mira desde la ventana.