sábado, 31 de marzo de 2012

Chiste Chiste

-Sube un paranoico a un taxi, y el tachero le dice ¿hasta dónde te llevo flaco?; y el paranoico le contesta: no te hagas el boludo hijo de puta, que vos sabés bien a dónde voy.
-Jaja. ¿Casas, no?
-¡Sí!, ¡no me digas que lo conocés! Yo como un gil recién lo leí hace unos días, me lo pasó un amigo (mentira).
-Claro que lo conozco, tiene un blog que la rompe además. Pero ese chiste no lo inventó él, así que lo podrías haber conocido o leído en otro lado. Lo raro es que yo me di cuenta que leíste Casas…
-Y eso que me conocés hace 5 minutos
-Menos, es la primera vez que te veo la cara en toda mi vida.

El colectivo estaba semivacío, así que daba para la charla sin tener que levantar la voz. El 85 rumbo a Flores iba tranquilo, despacito, frenando en todos los semáforos. Qué contradicción, yo lo había tenido que correr unos metros por Av. La Plata...es que, se sabe; perderse un 85 es complicado, pero si es de noche, es causa justificada de llanto. Suicidio no, oiga don.
Cuando me subí, ella ya estaba sentada ahí, llorando. Ni bien la vi algo dentro mío se movilizó; sinceramente, me dieron ganas de abrazarla, pero cómo hubiese sido muy incómodo para ella, y creo que para mí también, preferí sentarme en el asiento delante suyo. En su momento no lo pensé, pero después me di cuenta que fue el primer gran acierto; si me sentaba en la fila de asientos horizontales, para hablarle, tenía que franquear con la voz la distancia que imponía el pasillo. Si me acomodaba detrás de ella, tenía que primero llamarla con ese golpecito espantoso en el hombro o asomar la cabeza por su costado; malísimas las dos. Así que sí, el inconsciente consciente hizo las cosas bien esta vez.
Ni bien me senté, ya estaba todo claro; lo mínimo era sacarle una sonrisa y la apoteosis hacerla reír. No era nada fácil. Piensen la presión que sentía; el bondi semivacío, la noche, sus lágrimas, mi cara ojerosa; la cosa daba más para el tren fantasma que para levantar ánimos. Claramente, el entre que dijera iba a marcar el triunfo o el fracaso de todo lo posterior; si bien en situaciones normales un mal arranque es remontable, acá no. Ella lloraba, estaba sensible, sentada en el asiento justo arriba de la rueda, en un bondi de mierda a las once de la noche… las reacciones podían ser múltiples y extremas. Pensé  tres posibles: me sigue la charla, me putea o me mira con cara de “¿qué carajo te pasa?”. O sea, tenía un solo tiro; si la pegaba, bien. Si no, todo al carajo y en el peor de los casos me tenía que bajar. Ya lo dije; presión. Mucha, aunque no tanta para transpirar sudor frío, tampoco nos vayamos a la mierda che.
A todo esto, el colectivo seguía a ritmo dominguero, el señor chofer relajado, fumando un pucho.... Y de repente, “¡pero claro!”, dije, “¡un chiste!”.  El problema, ahora dirán, fue decidirme cuál contar. Sin embargo, fue lo más fácil; si bien puedo tener buena memoria para muchas cosas, para los chistes soy de terror. Nunca me acuerdo uno, o mejor dicho, los que me acuerdo los escuché entre los 10 y 12 años; creo que atrofiaron alguna parte de mi cerebro, porque anularon la capacidad de retener algún otro. Para colmo son todos del estilo de Jaimito…. y no, no daba tirarle alguno de esos. Pero, por suerte, tenía fresquito en la memoria el susodicho más arriba, que había leído hacia poquito. Así que me di vuelta en mi asiento, la miré, y cuando ella hizo lo mismo, hice lo que todo hombre debe hacer alguna vez en su vida: hacer reír a una mujer.

- ¿Cómo te diste cuenta que lo había sacado de Casas?, decime.
- No sé; automáticamente cuando terminaste de contarlo, dije “Casas”. Y le pegué, ¿ visteS?.
- Bueno, bien vos entonces…mirá, antes que nada, quedate tranquila que no te voy a preguntar por qué estás llorando; si me querés contar, podés. Pero vos y yo sabemos que no te voy a solucionar nada, ni siquiera ayudarte en algo útil. Pero pero, en lo que sí te puedo ayudar es en este viaje de mierda. ¿Querés?
-Sí.

Y estuvimos hablando de libros, de música y de nada más, porque se tenía que bajar. Tenía una cara preciosa, con una sonrisa que me mostraba todos los dientes, y con unos ojos redondos, negros, de esos que te quedas mirando como un gil. Como verán, misión cumplida pero, la verdad, una lástima; nunca le pregunté el nombre.

viernes, 16 de marzo de 2012

¡Mirá lo que vine a descubrir!

Hoy fue un día de descubrimientos. Para empezar, me di cuenta porqué Sábato es odiado. Todavía no empecé a hacerlo, pero nunca se sabe, así que pongo puntos suspensivos a ese respecto. Pero caí en la cuenta de algo más interesante aún... el tema es que, finalmente, descubrí que escribir algunas cosas es mejor que charlarlas o contarlas opíparamente. Pero que se entienda bien, no hablo de escribir y leerse por ninguna red social ni por mensaje ni nada de eso, sino hoja y papel, o a lo sumo un blog; sí, un blog encaja en la concepción que tengo, así que lo agregamos (ves, acá sino ponía esto, se me caía todo el argumento. Popper me cagaría a tiros, lo sé).

Este pequeño, insignificante hecho para todo el resto de la humanidad excepto, claro, para mí, siempre fue un conocimiento latente. Pero salió de la bruma y se volvió completamente consciente cuando leí un párrafo de Gramsci. Asumiendo que todos saben quién es, durante su estadía carcelaria y en una de las cartas que le envía a su cuñada, dice “hablemos de cosas más interesantes y con las cuales me sea posible desahogar mi manía de charlar”. Y ahí dije, claro, Antonio no tenía otra posibilidad de comunicación con su familia que la palabra escrita y además, como todos, sentía necesidad de charlar, de contar lo que le pasaba. Estoy seguro que sus deseos de hablar aunque sean 10 minutos con la madre de sus hijos, sus hijos y su cuñada fueron enormes, tanto que entran en el carácter de lo inconmensurable, pero esa frase me hizo pensar.  Dije: nosotros, que tenemos la posibilidad de contarle todo a cualquier persona , ¿lo hacemos? Automáticamente dije que no, que hay muchas cosas que nos guardamos para nuestros adentros. Pero entonces, esas cosas que no contamos a nadie, pero que las queremos decir, ¿a dónde van? Bueno, muchas van a los oídos de nuestros psicólogos, que como nos cobran se las tienen que fumar en pipa,  pero algunas otras no. Y ahí fue cuando descubrí que hay que escribirlas, pero no en tono de escupitajo, de diario íntimo de chica de 11 años que le cuenta al papel que le dio un besito por primera vez a un compañerito, no señores. Sino en tono de charla, marcando puntualmente un “vos” abstracto; es decir, cualquiera puede ser el receptor, no importa a quién se dirige, lo que importa que sea a otro y no a nosotros.

Como nada es porque sí, voy a justificar mi descubrimiento. En primer lugar, hay vivencias o pensamientos que a nadie le importa un catzo. Para descubrir cuáles son, hay un ejercicio fácil: salí un momento de vos y escuchate decir lo que tenés pensado contar. Si tu sensación es de “¿y a mí que mierda me importa?”, es probable que un tercero sienta lo mismo, aunque después te escuche por cortesía y ponga cara de que le interesa, cuando en realidad está pensando en cualquier otra goma. Por lo tanto, escribilo; ¿por qué? Fácil también. Para empezar, cumplís con el deseo de contarlo, pero sin tener necesidad de un tercero concreto. Sin esto, tampoco hay necesidad de que alguien se entere, aunque si querés lo podés esparcir y materializar al receptor. Y es más, hasta le conviene que sea escrito a este tercero concreto-hipotético, porque si se está pegando el embole de su vida,  te deja de leer y chau, sin necesidad de la pantomima inútil. Por otro lado, no se requiere la respuesta apurada de confirmación o refutación…no necesitas de una mierda, en verdad.

Además, como si todo esto  fuera poco, nadie te refrena. Esto es clave señores porque, cuando hablamos, hablamos refrenados; si ya se, es una cagada que sea así pero inconscientemente todos lo hacemos, sobre todo en ciertos lugares. Como me encantan los ejemplos, pongamos uno: estás en una de esas comidas familiares medio gancho y de repente tu tío o tu tía o cualquiera de ese elenco de familiares que realmente te chupan tres huevos, dice una frase que tranquilamente podría ser “y si, a estos negros de mierda hay que matarlos a todos”. Y vos, ¿qué hacés?; ¿te callás y mirás a tu hermana o hermano, o alguno que tenga un poco de consciencia social, y le ponés cara de “¡pero mirá lo que dijo este hijo de puta!” o lo mirás al energúmeno y le decís expresamente “a vos habría que matarte, cabeza de verga”? La verdad eh, ¿qué hacés? Yo me callo, no quiero que mi vieja se atragante con los ravioles ni cagarme a trompadas con algún primo. Pero eso que te queda adentro, te va haciendo mierda, porque tenés ganas de hacerle algo, decirle algo…y no podés. Pero ahora sí (acá ya me siento como un vendedor de Sprayette), ahora lo escribís, en el papel lo mandás a cagar, lo hacés mierda, lo cariturizas, le decís expresamente y sin tapujos “vos sos un cabeza de verga” y, más aún, le demostrás porqué se ganó ese mote. Y entonces, en la próxima cena o almuerzo familiar, lo vas a mirar y con una sonrisa vas a decir “acá está este hijo de puta”, pero casi con cariño, de forma burlona pero sin rencor. Y es más sano, sabés que sí, si total está lleno de hijos de puta.

Pero esto no queda acá; la charla hablada no tiene porque eliminarse ni verse dañada. De ninguna manera, jamás se me ocurriría eso. Sería muy aburrido todo; así que podemos seguir hablando boludeces, contándonos cosas y tomando café. Podemos seguir comiendo juntos, salir, ir al cine, teatro, coger, jugar al fútbol, etc. Es decir, hacer todo. Este descubrimiento no resta, suma; Gramsci podría decir que es importante para la filosofía de la historia. Bah, por lo menos yo lo diría si fuese él.

viernes, 9 de marzo de 2012

Luces

Me voy, me fui, de a poco. Me voy sin saber a dónde, ni cuándo será completa la despedida, porque yo ya me fui; sólo lo material está quieto. El resto, el resto ya no está; se fue a buscar algo distinto. Pero eso sí, antes de irme, saludame desde tu ventana;  el viaje es largo, sabés, y hace mucho no te veo.

¿La vuelta decís?, quién sabe; tal vez nunca o tal vez siempre.
Tal vez siempre, porque quizás mi apellido en realidad sea Gauna y haya encontrado sin saberlo el río de mi destino, por más que algunas Claritas quieran que lo esquive. 
Tal vez nunca, porque finalmente mi apellido sea Oliveira y encuentre sin saberlo mi kibutz del deseo, y lo pierda, haciendo así que yo me pierda irremediablemente, con hilos de colores en los bolsillos.

El camino es largo, y quién te dice que nos encontremos en alguna vuelta. Pero Girondo tiene razón, un río de sangre cruza entre nosotros.