sábado, 5 de febrero de 2011

¿Serás vengado?

Chuquisaca. Unos de los primeros gritos contra el maturrango; la piedra angular de la lucha americana que todavía no termina. Allí está el Doctor Monteagudo y su silogismo de Chuquisaca, en el imaginario diálogo entre Atahualpa y Fernando VII. Pero rápidamente llega la represión, la cárcel, la tortura, la muerte. Pero también el escape de algunos; como Monteagudo. Ahí encontró el cauce del río de su destino, que desembocaría mucho después.
De Chuquisaca al Alto Perú. Allí, la amarga derrota de Huaqui. Siempre Monteagudo. Va a Buenos Aires; apoya a Moreno y su implacable política contra el español. Inteligente como pocos, sabe que la guerra también se gana en las mentes; funda periódicos donde anuncia la necesidad de la independencia. Se hace masón, como San Martín y Alvear. Apoya a este último; cuando aquel cae, también cae él. La cárcel. Pero escapa. Siempre Monteagudo.
Europa. Luego, Mendoza. Se pone bajo las órdenes de San Martín y su ejército de los Andes. Independencia de Chile. Luego, campaña al Perú. Libre Perú también, aunque no del todo, y Monteagudo muy cerca de la gloria. Pero cambia; pasa de jacobino republicano a tibio, a querer una monarquía constitucional. No tenía malas intenciones; quería evitar la anarquía, y pensaba que las libertades políticas  debían obtenerse de apoco, para afianzar la independencia. Primero había que iluminar al pueblo; por eso la Escuela Normal y la Biblioteca Nacional. Creo que estaba un paso más adelante que el resto; sabía que la guerra contra el español era nada comparada a la que sobrevendría; la guerra entre hermanos, intestina, por el poder. Una lucha sin cuartel que desangraría a cualquier incipiente república; por eso había que afianzar, primero lo que se había logrado. Pero, algunos,  no lo entendieron; otros, aunque sí lo hicieron, aparentaron no hacerlo, y tantos otros, o los mismos, añoraban el colonialismo y se convirtieron en conspiradores, acusándolo de todo. Por eso la traición. Por eso el destierro obligado a Panamá, con amenaza de muerte si volvía.
Panamá. Allí demuestra que estaba, otra vez, un paso adelante del resto; expone su idea americanista de la independencia; había de dejar de lado los localismos, porque, primero que nada, somos americanos. Había que crear un Congreso americano, para sortear las dificultades y lograr la independencia absoluta de América.
Vuelve, junto a Bolívar, al Perú, para liberarlo completamente. Allí muestra toda su agudeza cuando realiza su ensayo sobre la necesidad de la federación de países americanos. Bolívar luego adopta su idea, y no al revés. Pero le llegó la muerte. El río llegó a su cauce.
Bolívar, frente al pétreo cadáver grita: “Monteagudo, ¡serás vengado!”. La investigación confirma que la mano y el puñal eran del negro Espinosa, pero el que dio la orden, el autor intelectual, nunca se supo a ciencia cierta. El traidor de Sánchez-Carrión tiene todos los números; había escrito que, si Monteagudo volvía, era patria clavarle un puñal en el corazón. Pero nunca se pudo comprobar que fuera él creador del plan; como sea, murió envenenado. Bolívar creyó que esto iba más allá, hacia los espías de la absolutista Santa Alianza, que miraban con horror, espanto y, porque no, como profecía de lo que pronto les caería a ellos todos los sucesos revolucionarios de América, el despertar de los pueblos. Por eso había que matar a los cabecillas, sobre todo a ese Monteagudo que quería unir a la América. Y lo hicieron.
Muerto Monteagudo, fracasa el Congreso de Panamá. Fracasa la América Unida. Comienza la eterna inestabilidad americana; las interminables luchas intestinas hacen su triste aparición;  independencia política pero, a su vez, la más servil dependencia económica hacia Europa, que aún hoy persiste, aunque disfrazada.
Latinoamérica unida, libre y totalmente independiente…Monteagudo, ¿serás vengado?

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