martes, 10 de abril de 2012

Yo maté a Ramirez

Abrí los ojos con la sensación de que había dormido mucho. La habitación está obscura; seguramente ya es noche. O madrugada. O tarde-noche. No hay reloj en la habitación. Sin reloj, no hay percepción del paso del tiempo, porque todo es un continuo. Sonrío; siempre deteste ver el tiempo correr. ¿Hay algo más horrible que un futuro incierto y arrugado?;  el tiempo es algo que no vemos, pero que está, que se hace objeto para que te acuerdes de que existe. Por eso el reloj es el mecanismo más buchón que se haya inventado; te grita todo el tiempo que el tiempo corre. Por eso ya me levante bien; no hay relojes, no hay espejos, no hay tiempo.
A pesar de todo, creo saber quién soy. Me llamo Esteban Antúnez (creo). No sé cómo ni porque, pero sé que estoy en Buenos Aires; bah, en realidad no se me ocurre otra ciudad. Aunque sé que debería revisar la habitación (hacer una inspección diría un señor policía) para buscar alguna llave, algún papel, algo, también sé que no va a pasar en lo inmediato. Ya fue. Busco. Termino sin empezar; tres giros de cabeza y me di cuenta que no hay mucho en la habitación. Lo único que hay es una cama muy simple, de metal, con un colchón de una plaza y sábanas blancas. No hay almohada; menos mal, las odio. Ese es todo el mobiliario. La decoración es simple también, pero rara; las paredes son blancas, medio acolchonadas y el piso parece de goma; mierda, me siento en un pelotero inmaculado. Y después, nada más, excepto  un inodoro, un lavamanos y una ventana que no se abre, además de tener una vista horrible. ¿A quién se le ocurre poner una ventana que mira a otra ventana, que lo único que muestra es a un hombre en una habitación blanca con paredes de goma espuma? Encima el tipo me imita en todo lo que hago; es como ese juego casi diabólico que hacen los chicos de repetir todo lo que uno dice. Éste muchacho hace lo mismo, sólo que sin palabras. Para evitar todo este embrollo,  las ventanas deberían ser techos, donde uno no vea más que el cielo, las nubes y las estrellas; se acaban los edificios y el contra-frente, vuelve a haber sol en la ciudad y cada vez más deseos cumplidos porque no se nos van a escapar tantas estrellas fugaces. Luz natural, menos electricidad, gente contenta porque puede caminar en bolas por la casa, ¿que están esperando viejo?; acá hay algo raro, la gente no quiere ser feliz.
Pero esperen. Hay una puerta; hay una puerta porque hay un picaporte. Voy hacia el susodicho; gira, pero en falso. La puerta no se abre, está cerrada con llave. La puta madre, ¿quién la tiene? Me reviso los bolsillos, nada. Trato de buscar en los zapatos; que idiota, cierto que estoy descalzo. Dios, mi cabeza. Mejor cierro los ojos un rato.

El piso es cómodo, me cansé como nunca. Y a mis pies una bandeja con comida; que se curtan, si quieren que coma, primero que me muestren la llave. O una cara. O algo. La puta, parece que me oyeron. Se escucha el ruido de una llave girar, el picaporte que se mueve y un hombre con guardapolvo blanco que aparece. Me pregunta cómo estoy, cómo me siento. Bien, bien (¿quién será este tipo?). Sí, dormí bien. No, hambre no tengo. ¿Por qué me van a inyectar si no como? No, no, por favor, agujas no, ahora como, lo prometo, prometeo. ¿Yo?, no señor médico (¡eso!, los de guardapolvo blanco son médicos. ¿Médicos o maestros?, no importa). No, tampoco. Sí señor. ¿Cuándo? Sí. Ahhhhhhhhhhhhhhh (lengua para afuera). ¿Listo?, chau doctor.
Así que estoy en un hospital. Sufrí un brote psicótico y me voy a tener que quedar acá.  El médico me cae muy mal; me dice que me llamo Ramirez, y no Antúnez. Primer error.  Ayer, el enfermero que trae la comida me contó qué, si no mejoro, voy a estar acá por mucho tiempo. Pobre, es buen tipo, pero se mandó la segunda cagada; en esta habitación ya no hay tiempo, sólo escenas en continuado. Además, me dijo que estoy acá porque no me reconozco. Bingo. Se equivocan todos; yo maté a Ramirez, por eso me gané mi propio cielo.

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